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128 {(ALVERNIA» labras suficientes para predicar las desgracias de! alma, cuya vida sobrenatural desaparece con el pecado mortal? ¡Oh ciego pecador! Desde el mo– mento que cometiste la culpa grave eres más des– dichado que el fratricida Caín, que llevaba en su. frente y en su conciencia la maldición de Dios. Eres más desventurado que el sensual Baltasar. a quien la mano de la justicia divina aterró en las delicias del banquete. Eres más infeliz que Absalón, Antíoco, Herodes y otros criminales, so– bre los cuales Dios hizo caer en vida el peso de sus venganzas. No hay mal comparable con el pecado grnve. En la naturaleza y en el arte no encontramos comparaciones para expresarlo adecuadamente. Decía S. Bernardino de Sena: «Si entendiéramos verdaderamente la horribilidad del pecado, elegi– ríamos morir mil veces antes que pecar grave– mente u ofender al Creador» (8). Aún más afia– de S. Buenaventura: «Si pudiese el hombre tener el paraíso con el pecado, debiera carecer de él. ni debiera cometerlo para conseguirlo; tan vil es e! pecado» (9). Hemos de poner todo empeño en conocer su malicia para aborrecerlo y huir de él como de un enemigo que nos causa muchísimos males tem– porales y eternos. Para comprenderlo mejor tra– taremos los siguientes puntos: I. Bre11e noción del pecado mortal. II. El pecado mortal es nna detestable re- 1Jelión contra Dios III. El pecado mortal es un desprecio ele Dios. IV. El pecaclo mortal es una negra ingra– tit,ld para c'Jn Dios. V. El pecado mortal considerado con res– pecto a Jesucristo. VI. El pecado mortal considerado en sus castigos. (8; Scrm. /crine 5 post Cineres, n. 1, c. 1, t. II, p. 34. Ed. Ve1wtiiF1. 1745. (9) II Sent., d. 24, p. 2, dub. 1, t. II, p. 586.

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