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118 «ALVERN!A)) con mucho éxito en la ciudad de Itermnense JTer– ni) se levantó el Obispo y se dlrigló al pueblo di– ciendo: «En esta últiiaa hora ilustró Dio::; a su Iglesia con este hombre pobre, despreciable, sim– ple e iliterato, por lo cual dcbcm.os alabar al Se– flor, porque no ha lrncho cosa semejante a otra nac;ón.» Oyendo lo cual el santo, recibió las pala– bras del Obispo con mucha alegría, porque co:--i palabras tan claras habíale juzgado desprecia– ble. Y entrando en la iglesia se arrojó a sus pies, diciendo: «En verdad os digo, seflor Obispo, que me habéis hecho un grande honor, porque ha– béis sabido distinguir lo que es mío de lo que no es; separásteis lo prccio,;o de lo vil, como hom– bre discreto l1aiJds dado a Dios la gloria y a mi la vileza» 118'i.i. De rsa. m::mera se humillaba San Francisco y distinguía íos dones dr Dios y la ac– ción de gracias. c) Res]Jeto humano. Es una cobardía tener miedo al qué clirán; dejar dr obrar el bien por respeto humano es de pusilánimes. El vasallo nunca se deb2 avergonzo.r de servir bien a su rey, y nJsotros somos c:or~esanos do] Rey del cielo. En la práctica del bien se ha de drspreciar el juicio de los hombres y cumplir con el deber. Decía San Pablo a los de Corinto: Por lo que a mí toca, muy poco me importa el ser por vosotros o por cualr1uier juicio humano (188J. Para obrar el bien poco nos debe importar el juicio de los hombres. Nuestra gloria deb2 proceder del interior, que só– lo Dios la ve. ~Ti por re?spc 0 'rn hu:nano empezar las obras, ni por él dcjar:as. Hemos de ser siempre superioro;; a las habíillas de los hombres murmu– radores y atendrr a nuestros bienes sobrenatura– les. Ningún cortesano se avergüenza de servir al Rey; y ningún cristiano se debe avergonzar de servir al Rey de reyes... d) La rutina. El hombre racional fácilmente (187) V. Tl1om. de Celano, O. F. M. : Legenda II, CIII, p. 276. Ed. Eduard. Alenconiensís, O. M. Cap. Romae, 1906. (188) Mihi autem pro mínimo est ut a vobis iwicer, aut ab humano die. I Cor., IV, 3.

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