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DÍA II.-·(íDrns COGNITIONIS)) 10.5 lll. DESCUIDO DE LA SALVACION 9. ¡ Triste condic~ón la del hombre! A pesar de ser la salvación un negocio neces::,rísimo, único, personal en sí mismo y en sus consecuencias, es muy poco o nada lo que en él se piensa. De– jemos ya los mundanus, que apenas se acuerdan de sus destinos eternos y viven como si nunca hntieran de morir; 11jémonos en los religiosos, y veremos cuún poco se preocupan de este pavoro– so problema. Se atiende con diligencia a los tra– bajos manuales, a los quehaceres do,11ésticos, al estudio, a. la predicación, a la educación de la ju– ventud, a tantas otras ocupaciones, y se descuida la ocupación principal: la salvación del alma. Solíc~tos en el minister;o de Marta y descuidados en el silencio de María. Es muy cierto que no debemos abandonar los deberes del propio estado o profesión, las ocup~tciones que impone la obe– d:nncia; pero debemos subordinarlas santamente a la ocupación necesaria, suprema, que es nues– tra santificación. No son incompatibles la acción y la contemplt,ción; el cuidado del religioso es saber unirlas debidamente, manejar esas dos alas armonicamente para remontarse a la cum– bre de la santidad y escalar las mansiones ce– lestiales. 10. Muchos dicen: soy joven todavía, gozo de excelente salud, nos queda tiempo para darnos más a Dios; conviene gozar un poco de las ilusio– nes de la vida... Pero, decidme: ¿la muerte res– peta los años, la salud, las ilusiones, los encantos de la vida? ¿No vemos cómo mueren cada día to– da suerte de personas: niños, jóvenes, ancianos, robustos y débiles? Tenéis asegurados los días de vuestra existencia? ¿Cuántos religiosos no han muerto en la flor de la edad y de una muerte re– pentina o inesperada? No somos dueños de la vida, ni podemos hacer pactos con la muerte. Mientras tenemos tiempo obremos el bien; porque después de la muerte ya no hay tiempo de me– recer... «ALVERNIA» 8
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