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102 ((ALVERNIA)) cuencia, se nos dará vor ar1adidura (159). Si; puedes en este mundo adquirir riquezas, honores, placeres; pero si te condenas, ¿de qué te servirán? Podrás padecer enfermedades, ser despreciado, humillado ... Pero si te salvas, ¿qué te importa? Serás eternamente feliz. Todo bien o mal tempo– ral, en parangón con los bienes o males eternos, no tienen importancia. Tú, religioso ambicioso, podrás ser Guardián, Provincial, General, Obis– po, Cardenal, Papa ... ¿ Y después? ... Tú, religioso humílde, puedes ser el último, despreciado, atri– bulado, enfermo ... ¿Y después? La muerte ha de llegar para unos y para otros, y nos pondrá en una terrible alternativa: O para siempre felices en el cielo, o para siempre desgraciados en el infierno. No hay otro medio ni otro estado de– finitivo; porque el purgatorio es un lugar de tránsito para los elegidos. Ahora bien: elevemos nuestros ojos al cielo y contemplemos la esencia de Dios, sus atributos, su belleza, su felicidad, los gozos incomparables del alma que lo posea eternamente; consideremos la gloria de ver a Jesucristo, a la Virgen Santísi– ma, a los coros de los Angeles, a tantos millones de santos y bienaventurados ... , toda la gloria del paraíso que, como dijo el Apóstol, ni ojo vió, ni oído ovó, ni inteligencia humana nunca pudo comprender lo q1U' Dios dará a los que le aman (160). ¿Y no sera negocio importanu1sill1'J, necesario, trabajar por conseguir todo ese inmen– so cúmulo de bienes celestiales? El cielo, con to– da su gloria. nos dice lo que vale el alma, lo que nos importa salvarla. No hay cosa más necesaria ni de mayor precio. Los santos, que con Cristo reinan' en la gloria, nos dicen a una voz: Salva animam tuam ... Salva tu alma, y así disfruta– rás eternamente de esta incomparable felicidad. ( 159) Vcrumtamen q1wcrite prim-um rcgnum Dei, et justitiam eius: et haec omnia adiicientur vobis. Luc., XII, 31. (160) Oeulus non ridit, nec auris audivit, nec in cor hominis ascendit, quae praeparavit Deus iis, qui diligunt illmn. I Cor., II, 9.

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