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CAP. II.-FUNDA1'1ENTOS TRADICIONALES 87 y sólo hace falta la hoz para la siega.» Muchos son ya los traba– jos científicos sobre San Agustín misionólogo ... La obra cumbre en esta especialización agustiniana misional es la del capuchino Walter: La idea de la misión entre paganos, según la doctrina de San Agustín (69). Las falsas acusaciones que los paganos lanzaban contra los cristianos parece que le dieron ocasión (70) para escribir su obra magistral De civitate Dei (71). Según el pensamiento de San Agustín, el mundo se puede dividir en dos grandes ciudades: la Ciudad terrena y la Ciudad de Dios. La Civitas terrena se forma de los hombres que viven sin la fe y sin la gracia de Cristo ; son los secuaces del diablo, los ciudadanos del estado terreno, que se hacen tantos dioses cuantos desean; es la massa damnabilis del mundo pagano con todos sus errores y vicios. La Civitas Dei se forma de los hombres creyentes, de los hijos de Dios, que viven dentro del arca de salvación, la Iglesia, y adquieren los derechos sobrenaturales de ciudadanía celestial. La Civitas terrena es el campo de operaciones de la Civitas Dei; los paganos son la mate– ria operationis, que la Iglesia no debe destruir, sino transformar. Utitur enim (Eccl.) Gentibus ad materiam operationis suae, hae– reticis ad probationem doctrinae suae, schismaticis ad documen– tum stabilitatis suae, Judaeis ad comparationem pulchritudinis suae. Alias ergo invitat, alias excludit, alias relinquit, alias ante– cedit: omnibus tamen gratiae Dei participandae dat potestatem: sive illi formandi sint adhuc, sive reformandi, sive recolligendi, sive admittendi (72). Las misiones son el medio ordinario para hacer desaparecer el paganismo y establecer en todo el mundo el reino de Cristo, la Civitas Dei. Haec caelestis civitas, dum peregri– natur in terra, ex omnibus gentibus cives evocat, atque in omni– bus linguis peregrinam colligit societatem (73). Por medio de los misioneros, de los apóstoles enviados, no sólo a los judíos, sino también a todas las gentes de todas las lenguas (74), se forma esta ciudad divina. A la voz de los Apóstoles y misioneros «luego vienen los hom– bres de la selva, del desierto, de los remotísimos y arduos mon– tes para entrar en la Iglesia... (75), y pronto la Iglesia, peque– ña al principio, se hace grande y llena el orbe entero. Ecclesia magna totus orbis est» (76). «Todo el mundo, toda la tierra, todas (69) ZAMEZA, O. C., pp. 9-10. (70) Cfr. MA-"lNUCCI-CASAMASSA, O. C., rp. 307. (71) La obra se divide i,n XXII lib. Fué empezada hacia el 413 y terminada el 426 (P. L., t. 41, cols. 13-804). Cfr. MANNUCCI-CASAMASSA, o. c., p. 307. (72) De ver. re!., 6, P. L., 34, 127. (73) De Ciu. Dei, lib. XIX, cap. 17, P. L., 41, 646. (74) Enarr. in ps. 96, n. 2, P. L., 37, 1238. En la eXJposición del salmo 96 predo– mina la idea misional. (75) Enarr. in ps. 134, P. L., 37, 1758. (76) Enarr. in ps. 21, P. L. 36, 177.

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