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CAP. II.-FUNDAMENTOS TRADICIONALES 77 del árbol. Después se lo pide. Los que le restituyen verde son co– locados en la torre; en cambio, los que le restituyen seco son con– fiados al Pastor, el cual toma sus ramos, los planta y riega. Ese grande árbol, cuya sombra cubre las llanuras, los montes y toda la tierra, es la Ley de Dios dada a todo el mundo, es Jesucristo predicado hasta los confines de la tierra; los pueblos que están bajo su sombra son los que escucharon la predicación y se con– virtieron. El Pastor conduce después a Hermas a Arcadia, don– de le muestra un vastísimo campo circundado de doce montes. Son imagen de todos los pueblos esparcidos por la tierra, que han de ser evangelizados por los doce Apóstoles y sus sucesores (13). Omitimos la recensión de otros Padres y escritores de este período; basta lo que hemos indicado para persuadirse que era manifiesto a todos que Jesucristo fué pretium redemptionis pro nobis y que por tal redención fuimos sacados de la muerte a la vida y justificados a los ojos de Dios, poniendo de manifiesto la necesidad y la eficacia del bautismo, que nos confiere la nueva vida, nos cambia en templos de Dios, nos hace entrar en el nuevo templo de adquisición que es la Iglesia (14). IL-PADRES DE LOS SIGLOS II Y III (15). 94. La fe cristiana se había extendido ya por la mayor parte del mundo entonces conocido; se habían convertido al cristianis– mo no sólo gente sencilla y de humilde condición social, sino tam– bién gente de las clases elevadas e intelectuales ; la doctrina evan– gélica había ya penetrado en todos los estratos sociales del más ínfimo al más elevado. La nueva religión del Crucificado es so– metida a la prueba del fuego y del hierro, por la calumnia, la persecución, la retórica y la filosofía ; en el dogma, en la moral. en el culto, en la vida privada y pública. Paganos, judíos, here– jes, filósofos y emperadores dirigen sus ataques contra ella; pero Dios, que vela siempre por su Iglesia, suscitó una pléyade de apo– logistas y polemistas que empuñaron brillantes y cortantes plu– mas para defender, a cara descubierta, la religión cristiana, sir– viéndose también de la Retórica y de los argumentos de la Filo– sofía. Unos dirigen sus solemnes cartas abiertas a naciones y pue– blos; otros, directamente a jefes de Estados; otros, a individuos particulares eminentes e influyentes; pero todos tienen el único fin de defender la Iglesia católica. Uno de los argumentos fre- /13) Cfr. ScH~!IDl,IN, Kath. Missionslehre, pp. 62-63; BERTINI, o. c., pp. 177-194. (14) Cfr. MANNUCCI-CASAMASSA, O. C., p. 54. 05) L06 principales del siglo n fueron Cuadrato, Arístides, S. Justino, Taciano, Atenágoras, S. Teófilo de Antioquía, S. Ireneo, Minucio Félix, Clemente Alejandrino; del siglo nr, Tertuliano, Novaciano, S. Hipólito, Orígenes, S. Dionisio Alejandrino. S. Cipriano, S. Gregorio Taumaturgo, Comodiano, S. Victorino, Lactancio, etc.
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