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32 P. I.-!VIISIONOLOGÍA DOCTRINAL La Sagrada Escritura, ya se considere desde el aspecto teoló– gico, ya desde el aspecto exegético, irradia focos de inmensa luz en orden a las misiones. Recogiendo los textos y lugares que a ellas directa o indirectamente se refieren, explicándolos, comparán– dolos y analizándolos, sin violentarlos, se ofrece un material in– gente a la teología bíblico-misional. En el estudio comparado de las religiones a veces se considera la Biblia y el cristianismo de la misma manera que los documentos y religiones no-cristianas, lo cual no deja de ser un error; porque ninguna religión no-cristiana, v. gr., el Islam, el Budismo, el Shin– toísmo, etc., se pueden gloriar de tener una ideología misional como el Cristianismo. Aun el Judaísmo, que sólo admite el A. T. y espera todavía la venida del Redentor, ha permanecido estacio– nario, llevando una vida errante y penosa; mientras la Iglesia Católica, gracias a la armonía de los dos Testamentos, ha conti– nuado su marcha conquistadora a través de los siglos. El estudio de la S. Escritura para los cristianos se funda sobre la ley de con– tinuidad y de sucesión apostólica, que forman de la Iglesia el or– ganismo central de todos los tiempos. La Biblia es el libro misio– nal por excelencia. Se suele objetar que este estudio es fragmentario; porque en la Escritura no se encuentran alusiones a los pueblos primitivos, y los hechos se desarrollan en un ambiente palestinense, y las ex– periencias y reglas propuestas son aplicables solamente a los pue– blos que estuvieron en inmediato contacto con el pueblo hebreo. Pero no debemos olvidar que la Biblia es un libro inspirado; que tiene un valor intrínseco de evangelización y que la concepción misionera es bastante vasta y profunda para satisfacer la acción apostólica en cualquier ambiente del mundo. En la lectura de la Biblia no se deben perder de vista el argu– mento del libro o libros que preceden o siguen, el texto y contexto, la concepción o trama general y otras reglas de buena exégesis; porque la S. Escritura, no obstante su variedad y fecundidad, es una sola Revelación, un solo monumento de doctrina y de acción, el Verbum Domini manifestado a los hombres. Nos basta un solo ejemplo para declararlo. Algunos protestantes impugnan el man– dato explícito de Cristo a los Apóstoles: Id y enseñad a todas las gentes, porque se encuentra sólo en San Mateo (XVIII, 19), y no en los otros Evangelistas con las mismas palabras. Pero es claro que el mismo mandato se halla también en otros textos equivalentes de la Escritura, v. gr., en S. Marcos, XVI, 15; en S. Lucas, XXIV, 46-48; en S. Juan, XX, 21; en los Hechos, 1, 8; IX, 15; XXII, 21; XXVI, 16-18; en S. Pablo a los Romanos, X, 4-7, a los Efesios, III, 1,2. Por otra parte, es contra la sana crítica negar un mandato del Señor que se ha cumplido ya durante veinte siglos, bajo el pre-
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