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140 P. I.-MISIONOLOGÍA DOCTRINAL esta proposición: «Pagani, judaei, haeretici aliique hujus generis nullum omnino accipiunt a Jesu Christo influxum» (152). Y Cle– mente XI condenó estas proposiciones de Quesnel: «Nullae dantur gratiae nisi per fidem» ; «Fides est prima gratia et fons omnium aliarum»; «Extra Ecclesiam nulla conceditur gratia» (153). Si la fe no es la primera gracia, se dan otras antes de ella y, consiguien– temente, a los infieles. 167. Necesidad ele la gracia hahitual.-La gracia habitual crea– da es una cualidad sobrenatural, permanente e intrínsecamente inherente al alma, por medio de la cual nos hacemos participantes de la naturaleza divina. Esta gracia divina excluye los pecados mortales, santifica y justifica el alma, nos hace arnigos de Dios, sus hijos adoptivos, herederos de su reino, coherederos con Cristo, consortes de la di– vina naturaleza, templos del Espíritu Santo; es fundamento para el mé:rito, nos da derecho a la gloria, si se conserva hasta la muerte. Por b gracia santificante somos trasladados de la muerte a la vida. de las tinieblas a la luz, del reino del diablo al reino de Cristo. Los p:írvulos adquieren la gracia y se justifican por medio del bautismo, y no necesitan ninguna disposición; porque no son ca– paces de actos racionales. Los adultos deben prepararse para la justificación con el auxilio de la gracia actual, no por la fe sola– mente. sino también por los actos de otras virtudes. El Apóstol Santiago escribe: Ex operibus justificatur homo, et non ex fiJ e tantum... fides sine operibus mortua est (154). San Pablo: In Chris– to J esu neque circumcisio aliquid valet neque praeputimn. sed fides, quae per caritatem operatur (155). Si habuero omnem fidem, ita ut montes transferam, caritatem autem non habuero, nihil sum (156). Además, según la Escritura, se requiere el temor ele Dios: Qui sine timare est, non poterit justificari (157); la esperan– za: Qui sperat in Domino sanabitur (158); el amor: Qui non dili– git rrianet in marte (159); la penitencia para los pecadores: Nisi poenitentiam habueritis, omnes similiter peribitis (160). Estas y otras condiciones para la justificación están indicadas claramente en el Concilio Tridentino (161). El hombre debe cooperar y dispo– nerse para justificarse. De aquí la sentencia de San Agustín: «Qui (152) l)E:s;z-B,, 1295. (153) DE,;z-B,, 1376 y si¿3, (154) Jacob., II, 24-20, (155) Galat., V. ü, (156) I Cor., XIII, L (157) Eccli., I, 28, (153) Prov., XXVIII, 25. (159) I Joan., III, 14, (160) Luc,, XIII, 47. (161) DENZ-B., 798,

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