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132 P I.-MISIONOLOGÍA DOCTRINAL ARTICULO VIII NECESIDAD DE PERTENECER A LA IGLESIA: EXTRA ECCLESIAM NULLA SALUS 158. Los teólogos, insistiendo en la comparac10n paulina entre el cuerpo viviente y la Iglesia, suelen distinguir el alma y el cuerpo de la Iglesia. El cuerpo de la Iglesia es el organismo visi– ble o la colección de todos los miembros que viven en la sociedad cristiana unidos por los vínculos de la fe (vínculo simbólico), de los sacramentos (litúrgico), de la autoridad legítima (social). En el cuerpo viviente, además de la cabeza y de los miembros visibles, existe el alma, por la cual aquéllos viven y vegetan. ¿Cuál es el alma en este Cuerpo Místico de la Iglesia? Es el elemento invisible que la vivifica, que comunica la vida sobrenatural y santifica a todos los mifcmbros. ¿En qué conFiste o cuál es la naturaleza de ese elPmento invisible? En esto no están concordes los autores. Unos dicecn que el alma de la Iglesia es un don sobrenatural creado, que desciende por medio de Cristo a norntros y que es principio de nuestras operaciones sobrenaturales. Este principio viene constituído por la fe, la esperanza, la caridad, la gracia santificante y las demás virtudes conexas. Otros dicen que consiste principalmente en la gra– cia santificante. El cuerpo es el orden divino visible; el alma, el orden divino invisible. Otros defienden que, según la doctrina de San Pablo, el alma de la Iglesia no es la gracia creada, sino la Perrnna misma del Espíritu Santo, que vivifica todo el Cuerpo Místico. La variedad de opiniones depende mu– cho del punto de vista y del estado de la cuestión. Si por alma se quiere significar todo el elemento invisible, en coütraposición al visible y externo, entonces la gracia santificante se puede llamar alma, pero no adecuada– mente; porque también los otros dones, y principalmente el don increado del Espíritu Santo, tienen razón de alma. Si por alma se quiere manifestar el principio radical de la vida teándrica en el cuerpo ec:lesiástko, entonces ese principio es el Espíritu Santo; los demás dones creados son más bien efectos vitales del mismo principio, principios próximos de operación de las potencias en el orden sobrenatural. El cuerpo eclesiástico realmente está animado y vivificado por toda la divinidad, pero las obras de la santifica– ción, por apropiación, se atribuyen a la Persona del Espíritu Santo; pues éste, a manera del alma humana en el cuerpo humano, vivifica y santifica el Cuerpo Místico de la Iglesia. Los autores modernos, en general, fundados en la doctrina paulina, sostienen que el Espíritu Santo es el alma del Cuerpo Místico (101). Para evitar lamentables confusiones en esta materia, debe te– nerse muy en cuenta el modo de hablar de los escritores. (101) Cfr. ZAPELE'1A, o. c., p,p. 125 y SÍf;S. ; TRCDIP. De Spiritu Sancto, anima Cor– poris Mystici, Tcxt. et Docum. Ser. Titeo!., Romae, 1932.
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