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CAP. III.-FUNDAMENTOS DOGMÁTICOS 125 bajo las debidas condiciones; 3) por razón de la necesidad, por– que es necesaria a todos los hombres con necesidad de medio y de precepto; 4) en cuanto a las personas, extendiéndose a todas sin distinción de color, de raza, de posición social; 5) con rela– ción a lugar, porque no tiene límites de nacionalidad, se extiende a todos los continentes, a todas las naciones, a todos los lugares; 6) por razón de la duración, porque abraza todos los tiempos hasta la consumación de los siglos ; 7) con relación a otras Iglesias particulares que la componen. La catolicidad puede ser de derecho (juris) o de hecho (facti). La primera es la aptitud, exigencia y deber de difundirse por todo el mundo. La Iglesia verdadera excluye esencialmente todo individualismo y nacionalismo. Para ella no hay distinción de judíos y de gentiles, de bárbaros o civilizados, de príncipes y súb– ditos, de pobres y ricos; es absolutamente internacional o sobre– nacional en sentido negativo y positivo; es Madre de todas las naciones, y de todos los pueblos y todos los hombres; no puede ser considerada como extranjera en ningún lugar de la tierra (69); se adapta a toda condición y estado, a toda forma de gobierno legítimo, a la variedad de culturas y de razas. Esta es la cato– licidad de la Iglesia misionera, expansiva, conquistadora, sobre– natural, que se esfuerza por realizar el precepto divino: Euntes, docete omnes gentes ... «Daréis testimonio de mí en Jerusalén y en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra (70). La segunda significa la difusión efectiva y visible de la Iglesia verdadera por todo el mundo. Esta puede ser física, si visible– mente ocupa todas las naciones y provincias del mundo, sin ex– cepción alguna; moral, cuando no ocupa actualmente toda la tie– rra, pero en una parte notable de ella se manifiesta con cierto esplendor universal, de modo que su dignidad y majestad pueden conocerse, distinguirse de las sectas heréticas y ser a todos visi– ble. La catolicidad moral es simultánea y sucesiva, según que esa grande difusión se obtenga al mismo tiempo, o en períodos su– cesivos se propaga a todas las gentes, pasando de una región a otra, cesando en un lugar y floreciendo en otro. La simultánea puede considerarse perpetua, cuando desde sus principios dura hasta el fin de los siglos sin interrupción; temporal, cuando ahora vive y florece y después por muchos siglos cesa. La perpetuidad puede tomarse en sentido riguroso y físico o en sentido lato y moral, con intervalo de interrupción. Finalmente, puede ser absoluta y relativa. La primera es la grande difusión de la Iglesia católica por todo el mundo en sí misma considerada; la segunda, (69) Cfr. Pío XII, Act. Ap. Sed., 19--16. t. XXXVIII, pp 17, 18, 102, 142. (70) Act., I, 8.
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