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go CARTAS DEL BEATO DIEGO JOSE DE CÁDIZ el velo viejo de la Hermana María Antonia, le busqué un manto de limosna, lo hizo, y me traje el viejo, y con él un cuchillo I con que quiso matarla estos días una mujer, á quien dió un hombre 3o reales para ello, la con– virtió, etc.; y también una bayoneta antigua con que viviendo nuestro venerable Padre Maestro·Ruiz la atravesó el cuerpo un hombre. Aquí lo tienes todo. Me hago cargo que el velo lo querrás para tu hermana la que dió el nuevo. Quisiera me dejase el manto, mas, no obstante, tú dirás k> que ha de hacerse, pues lo que tú tienes lo tengo yo, y viceversa. Un día de los que estuve en Jerez me envió por disposición de su hermano el pa– dre cura 2 , un plato de leche crema, un pollo guisado y una porción de lomo frito; todo lo guisó ella sola en un solo anafe, en sola media hora encerrada en un cuarto; y preguntada de cómo en tan poco tiempo, me aseguró que le había ayudado su Santo Angel custodio; y lo mismo para componer un cilicio 3 que le entregué para que me lo forrase de lienzo. Ya e,stoy aquí, hermano de mi alma. Me piden los sermones que predi– qué á los protestantes, veo cuán ardua es la obra para mí, y te pido que por caridad me ayudes. Ei de nuestro venerable P. Ruiz va tan lento, que apenas ha llegado á la mitad. Manda, hermano mío, lo que quieras: da mis ex presiones á todos esos mis señores y hermanos, y encomendémonos á Nuestra Señora, á quien ruego me guarde tu vida muchos años en su santo amor y gracia, como lo desea tu afectísimo hermano y siervo en Nuestro Señor Jesucristo, Fr. Diego José de Cádi{.- J. M. J. Ronda 24 de Mayo del 98. Amadísimo hermano de mi alma de mi mayor veneración. Con la tuya del 21 del corriente se aumenta mi cuidado por la ce,ntinuación y grave– dad de tus padeceres. No sé qué decirte, sino que lo siento y me contristo 1 Este·cuchillo, dice el P. González (Carta citada en la Vida de la Hermana Antonia, página 255, nota) se perdió con la invasión francesa. La misma suerte corrieron otras prendas de inestimable valor pertenecientes á aquella gran sierva de Dios, como una cadena con que maceraba á su cuerpo, el rosario que la Santísima Vir~en dió al .Padre Maestro Ruiz, los anillos, etc. 2 Llamábase D. Tomás Tirado, Cura de la Colegiata de San Miguel, hombre erudito· y de muy singulares prendas á quien el Beato dirigió la carta inserta en la pág. 87. 3 De este cilicio me ocupé en las Cartas de Conciencia, pág. 482, nota. Sólo debo añadir que es grandísimo, y el único que está forrado de cuantos se conservan del penitente Capuchino.

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