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CARTAS DEL BEATO DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ en cuya muerte debiera decirse precisamente lo contrario! Y siendo de fo el Mors peccatorum pessima 1 , ¿qué me prometo para entonces no dejando de pecar? Pero ¿qué sirve decir e~to sin dejar de serlo? ¡Clama á Dios por la conversión de este Monstruo de su 2 siglo! No puedo más. Manda lo que quieras al que de corazón es tuyo; da mis expresiones á todos y enco– miéndame á Nuestro Señor, á quien ruego guarde muchos años en su santo amor y gracia. Tu siempre afectísimo hermano y siervo en Nuestro Señor Jesucristo, Fr. Diego José de Cádiz_. J. M. J. Málaga 1.º de Noviembre del 96. Amadísimo hermano mío de toda mi veneración: Con la debida re– eibo la tuya, que me entregó aquí el portador de ésta, quien llev.1t las me– dellas que ha traído, á las que he concedido las indulgencias parciales y plenarias, que te avisaré desde Ronda, Dios mediante, porque no tengo aquí el impreso de ellas. A su tiempo me avisaron de haber llegado á Madrid los papeles que te recomendé, y de que te doy ahora las gracias. La consterrn¡.ción en que se dice que se halla nuestro Santísimo Padre Pío VI es digna de que la llorásemos con lágrimas de sangre. Ojalá que fuese yo tan dichoso que le pudiese comunicar algún consuelo. No hay corazón para oir tanto 3. r Pésima es la muerte de los pecadores. 2 Es verdad, monstruo fué, pero en el sentido laudatorio en que tantas veces se lo dijo el P. Francisco Javier González, su antiguo y discretísimo director. 3 Como siempre, vemos al Beato lamentarse de los sufrimientos del Romano Pontífice, haciendo suyas las cuitas y malandanzas de la Iglesia, revelándonos así el celo santo que lo con– sumía. Desgraciadamente, esta vez sobraban los motivos para llorar y apenarse ante los incon– cebibles horrores cometidos en Francia durante la tristemente célebre época del Terror. Tiempo había que para la dinas.tía francesa no corría viento próspero en la na.ción vecina, puesta fuera de su natural y justo cauce politico y religioso. El rencor y las pasiones ciegas se violentaron, encendiendo los pechos en ira, dando por resultado el más horrible estado anár– quico que imaginarse puede. Mirabeau despidió á caja destemplada al Marqués de Brezé, emisario del Rey, negándose á obedecerle y salir del Parlamento. El cruel Marat, Danton y Robespierre, con su aterradora influencia, fueron el alma de la Convención nacional, inaugurada en sustítución de la Asamblea legislativa el 21 de Septiembre de 1792. Desde este día los asesinatos, los robos, las violaciones y los desórdenes más repugnantes se cometían incesantemente; religiosos, nobles y plebeyos fueron víctimas de aquellas turbas sedientas de sangre. El degüello de Luís XVI impresionó profundamente el corazón paternal de Pío VI, y le hacían verter amargas lágrimas los brutales atentados y viles asesinatos que á diario seco– metían. La Convención quiso hacer de los Estados Pontificios un partido republicano, oponiéndose resueltamente el Papa. No obstante, el rg de Enero de r796 el General Bonaparte tomó á Bolo-

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