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bestia de tu hermano cuando lo necesite. Da. mis e~presiones á tús hijos, mis. hermanos y sobrinos, con la bendi.ta Magdalena, y encomendémonos á Nuestro Señor, á quien ruego te me guarde muchos años en su divino amor y gracia, como te lo desea tu afectísimo hermano y siervo en Nues– tro Señor JesucFisto, Fr. Diego José de Cádiz.. P. D.-Dios te conceda en el d(a de mañarta por largos años el con.suelo de felicidades que le pido y te ~petezco. J. M. J: Ronda 11 de NQviembre de 1800. Amadísimo hermano de mi alma. No es decible lo que tus cartas me alientan y me consuelan. Dios te lo pague. Así me ha sucedido con la del 4 del corriente, en que me mandas tener tranquilidad, etc. Sí, la tengo, y tu~ reflexiones me dejan convencido de lo que debo hacer. Mas en todo soy miserable. Apenas se presentó esta tribulacióp, cuando desapareció ya con tus cartas, consejos, seguridíid, y ya con las dos cartas ó respuestas seguidas del Emmo. Sr. Inquisidor General á mis dos Memoriales, por el estilo de la que habrás ya visto y espero que devuelvas. No merezco pa-. decer· cosa alguna de estas cosas que llegan á lo vivo; y así vivo en un miedo continuado de mí propio; No digo más porque luego me riñes, por– que no quieres convencerte de lo que soy. Mucho he sentido la mue~te de tu hermana y comadre mi hermana, y la aflicción de su familia. Hoy escribo á los se~ores con este motivo. Su Majestad los consuele. Cuando recibí tu carta había ya escrito á las sobrinas de Jerez. Nada sé .de las religiosas que hayan fallecido en aquel convento. Dios las tenga á todas en su gloria. Parece que estamos empeñados en irritar la justicia de Dios para que no deje de castigarnos. Junto á lo que ve en Ecija, lo que sucede en Má– laga, donde, hallándose verdaderamente el contagio introducido, se hace et?peño en ocultarlo, prohibiendo toda rogativa, etc., y que se escriba esta noticia fuera de allí, sosteniendo las comedias, con deseo de aumentar otros teatros, y aun se asegura que aquel gobierno ha impuesto pena de la vida al que escribiera dando aviso de la epidemia. Me parece cosa durí– sima, y que no hay facultades para imponer estas leyes, que no deben ser
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