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6 CARTAS DEL BEATO DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ paño de lágrimas de cuantos desdichados eran villanamente perseguidos por los afrancesados y franceses. Se confirma lo dicho con el siguiente testimonio, tomado de la Carta edificante ya citada, página 26, dice así: «La más negra y atroz calumnia hizo sufrir al P. Maestro González los tormentos más terribles: acusado ante el Gobernador de esta Ciudad, fué llevado á un tribunal. formado de los jefes principales; á su llegada vió en los semblantes de sus jueces el furor que la malicia había provocado por medio de una impostura tan per– versa como mal fraguada; sus miradas amenazadoras anunciaban al su– puesto reo el estado desesperado de su causa, y en medio de su congoja vió prepararse ya los verdugos que debían consumar el sacrificio, y no dudó que era llegada la hora de su muerte». »Aún habían quedado algunos restos de humanidad en el corazón de uno de los que formaban el juzgado, y compadecido éste al observar la situación dolorosa en que se veía aquel anciano respetable, le habló con particular dulzura, le anima ofreciéndole su amparo: respiró un poco el acusado con es!e auxilio, y rompiendo el silencio que, aterrado, había ob– servado hasta all(, satisfizo plenamente á los cargos que le habían hecho, y todos quedaron convencidos de su inocencia. Continuó detenido por es– pacio de diez y siete días., no tanto por castigo cuanto por finalizar la cau– sa, que había sido elevada con precipitación al Mariscal Soult, que se ha– llaba en Sevilla, y cimentar su defensa para ponerle á cubierto de los ul– teriores tiros que la maledicencia pudiera dirigir contra su virtud». »Este acontecimiento afligió extraordinariamente á su corazón, más por ver la degradación de algunos españoles, que por lo que padeció su cuerpo; en él se demostró que Dios, que sabe sacar luz de las tinieblas, hizo que del odio de sus enemigos resultara para el difunto el honor más distinguido, pues desde entonces fué tratado con el respeto más profundo y atendido con la más alta consideración, y los ecijanos vieron que si al– guno era acusado tenía la defensa más poderosa si lograba que el P. Gon– zález le recomendara». »Pocas veces fué desatendida alguna solicitud suya, y aprovechándose de este favor en beneficio de sus queridos pobres, pidió los despojos de to– das las reses que daban el surtido de carne á las tropas; al punto se le con– cedió por un decreto formal.» Pudiera aducir otras pruebas, pero con lo dicho basta, y quizá sobra, para demostrar lo que me propuse.

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