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PRÓLOGO El poeta Eunio decía de los augures romanos que ayunos en el conocimiento de su propio cami– no se ponían a enseñar a otros la senJa que habían de seguir. < 1 l Los que para sí ignoran el camino, se ponen a enseñarle a otro. Posible es que al autor del presente libro cua– dre, en mayor o menor grado, dicha sentencia. Sea como fuere, él puede repetir, parodiando cierta frase famosa de Cánovas del Castillo: «Yo soy como estudiante bastante viejo a estas horas». La experiencia de algunos lustros y la observa– ción constante han dado por resultado este escrito, de cuya bondad, perfección o utilidad podrá juzgar– se por lo que escribe el censor de la obra y es como sigue: « Quisiera que mi juicio pesase mucho, tanto como el de los autores de más renombre en la lite– ratura ascética, sobre todo de los verdaderos maes– tros de espíritu a lo Santa Teresa, San Francisco de Sales y P. Fáber, que no hacen consistir la santidad y perfección religiosa en andrajos sucios y repug– nantes y en actos groseros o impolíticos, como si (1) Qui sibi semitam non sapiunt alteri monstrant viam.
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