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- 72 - Pastoral deben consolar a quien por amor al pró– jimo anda tan ocupado; pero no debe olvidar lo que el Santo añade: «Por eso todas las precaucio– nes serán pocas para evitar que los cuidados domi– nen el corazón y la cabeza.» A la bienaventurada Ida ele Lovaina no le impe– día amar a Dios ni el partir la leña en la leñera ni el lavar la ropa en el estanque. Siempre consideraba a su alma como un templo gigantesco en el que habitaba Dios. Con frecuencia, obras muy meritorias, coloquios muy familiares con Dios, müy sublimes comunica– ciones del Espíritu Santo han tenido lugar en la cocina, en el establo, en la escalera, subiendo agua, guardando leña o el ganado. Miremos, pues, al trabajo no sólo corno una necesidad ele la vida, sino corno uno de los me– dios que mejor fomenta la perfección moral; ele templar la voluntad y las fuerzas del espíritu, y uno de los principales recursos de educación per– sonal. Esta es la razón por la que se le impuso al hombre desde su origen romo el primero de todos los mandamientos. Podría no haber sido necesaria la mano del hombre para el embellecimiento del Paraíso, pero su cultura le fué confiada para el embellecimiento personal. Si el pecado hizo caer al trabajo de su pureza primitiva, la virtud debe restaurarlo en su puesto.
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