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- 66 - más no nos conocían sino cuando nos admiraron alguna cualidad que creíamos poseer. Yo querré ser bueno; pero me podré ilusionaí· tomando por un deseo de bondad un movimiento de orgullo. Leyes de discreción Seamos discretos en nuestras palabras, diciendo lo que puede decirse y callando lo que debe callar– se; pero no aparezcamos llenos de misterios. La ley fundamental en la discreción es la opor– tunidad en las cosas. El indiscreto es como una carta abierta que to– dos pueden leer. ·Hay una especie de indiscreción que consiste, no en decir mucho, sino en querer saber dema– siado. Si queremos que se respeten nuestros secretos empecemos por respetar los de los demás. Hay· materias que por su naturaleza son sagra– das y por las que no puede ser preguntado nadie. El hombre verdaderamente religioso se olvida de sí mismo y no trata de ponerse de relieve ni de darse importancia. < 1 > Es absurdo querer llegar a la perfección cultural tratando de adquirir una buena cualidad que admi- (1) La vanidad es el femenino del orgullo. La vanidad en presencia de testigos pierde fücilmente la cabeza... Las cabezas, como las espigas de trigo cuando cstün vacías, permanecen tiesas, y cuando llenas, se inclinan Immilctemente.

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