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- 65 - nada hay tan poderoso como la doble elocuencia: la de nuestro corazón y la de Dios. Quien oye atentamente y con frecuencia a suco– razón y a su Dios, habrá conseguido los péndulos sagrados de una conducta discreta y sabia. La voz del ingenio sin enlace con estas dos co– rrientes fácilmente engaña. Sobre nada nos engañamos tanto corno sobre nuestros defectos o nuestras virtudes. i'V\uchas veces nos creemos sinceros y somos se– cretamente falsos .. Nos juzgamos buenos y en el fondo somos vani– dosos e interesados. Nos tenemos por dulces y no tenemos otra dul– zura que la de la superficie del alma. Nos creemos generosos y no sabemos perdónar una ofensa. < 1 > Si no se oye ni a la voz de la conciencia ni a la voz de Dios, se escucha al amor propio. El amor propio es a la sensibilid-ad moral lo que los nervios a la sensibilidad física. Es el gran sofista de ía vida. El mayor peligro de la razón .. Por él nos llegamos a convencer de que los de- (1) ,,Cuando me hacen una injuria, decía Descartes, procuro llevar mi alma tan alto, que la ofensa no llega hasta mL" Es mucho más duice el perdonar que el tener necesidad de perdonar. El gran Emperador Teodosio escribió a Rufino, prefecto del palacio: ,Si alguno habla mal de nuestra ¡:ersona o de nuestro Gobierno, no quere– mos por solo eso castigarle. Si ha hablado por ligereza, es necesario des– preciarle; si por locura, compadecerle_; y si por injuriar, querernos per– donarle.. ,»

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