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- 45 - Capítulo X. De las amistades Ante todo, terne la amistad de gente envidiosa, que te contaminarás de ella si la frecuentas. Nunca pensó el envidioso que obraba por_ envi– dia, pero el gusano dei corazón que le muerde y no le deja descansar envidia se llama. El programa del religioso debe ser aquel que trazó San Pablo: Honore invicem prcevenientes. Las amistades particulares provocan enemista– des domésticas... pero la amistad es· un tesoro de bien cuando se funda en el deseo de ser útil. La generosidad engendra las dulces amistades santificadas por Jesucristo. La amistad tiene por blanco el amar y abrir el propio pecho a un_ ser igual a nosotros. En el Kernpis se lee: «Sin amigo no puedes vivir bien; mas si Jesú-, no -fuere para tí el mayor amigo, andarás sobremanera triste y desolado.» Junto a la amistad mayor de Jesús pueden cul– tivarse otras amistades subordinadas a esta de Cristo. Las almas de David y de Jonatás se conglutina– ron, esto es, se fundieron en una. La Escritura añade que Jonatás amaba a David corno a su vida, y que para éste, su amigo era «ama-

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