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- 489 - le avivarse esa necesidad. Necesitamos de las cartas de aquellas personas queridas como de una com– pañía y de un refuerzo de :vida. No se nos tilde de sentimentales. San Jerónimo, cuando en ei desierto de Calcis ponía en juego las más crueles penitencias para domar su cuerpo y espíritu, encontrándose bien a solas, deseaba co– rresponderse con sus amigos. Muchas cartas de esta época no tienen otro fin que el de demandar una contestación. «Converso con vuestras cartas, le:,, esc!ibía, las beso, tienen lengua para mí .. » En una de las suyas le dice a Abigaó: « Escrí– beme; triunfa de la ausencia con frecuentes misi– va:-... » (Estudios, agosto de 1914.) En la carta «Ad Antonium», ie dice: «Decem jam (nisi falor) epistolas plenas tan officii quam precum misi cum tu ne nutum quiden facere dig– naris, et Domino loquente cum servis, frater cum fratre non loqueris. » A condición de que fueran como la correspon– cia de San Jerónimo con' San Dámaso, Elioéloro, Santa Paula, o de San Cipriano con Donato, podía autorizarse más amplia comunicación epistolar... Pero no somos Jerónimos ni Ciprianos, por des– gracia. La moda no reza con nosotros, pero conviene saber que la moda varía constantemente el tipo de papel, sobres, lacre y color de tinta. Hoy se recla– ma papel satinado blanco o de un matiz pálido. El rosa y el azul son ya vulgares.

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