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- 459 - Visitas Hablemos ahora de las visitas, a las que no pue– den sustraerse totalmente las personas religiosas. En general, el placer de una visita hecha o reci– bida es menor que el disgusto de suspender las propias ocupaciones (1 l. Es falso suponer que se puede cumplir con este deber social sin imponerse algún sacrificio. La sociedad, aunque no olvide que somos reli– giosos, no comprende que podamos ser buenos ciudadanos olvidando estas relaciones. Es cierto que el religioso o la religiosa no de– ben nivelarse con los seglares en las visitas de etiqueta, de cumplido o de simple amistad. La presencia y el modo de realizarlas podrá variar, pero el deber social de hacerlas en ciertas ocasiones es ineludible. Es preciso tener en cuenta la hora de las visitas, porque según la persona que se visite podrá causar– le o no molestia si vamos siempre a hora deter– minada. Depende la hora de recibir visitas de las varias ocupaciones sociales. La hora en que un profesor ha terminado su trabajo puede ser en la que el ne– gociante prepara las cartas para sus correspon– sales. (!) No hablamos aquí de los desocupados que no saben cómo matar el tiempo, que con ser oro, como dicen, algunos parecen pródigos en de– rrocharlo.
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