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- 444 - No es lícito hablar al oído ni escuchar al que quiere hacerlo. En tal caso, debemos contestar en voz alta, no tratándose de un secreto. Es petu!ante interrurn pir al que habla, para explicar mejor lo que refiere; lo mismo que después de oir un relato o cuento referir otro superior, pretendiendo deslu– cir al que primero habló, pero en el seno de la amistad se tolera. El que pretende hablar de cosas que no le son familiares, se expone a decir disparates. Quien sabe bien una cosa, se abstiene de hablar de lo qne ignora. Quien de todo quiere hablar, impide la difusión de ideas tal vez mejores que las suyas. Es feo (como religioso y como hombre social) descubrir secretos ajenos para dar pábulo a su discurso. Quien en la conversación es fácil de manifestar confidencias ajenas, se muestra indigno de nuestra confianza y pierde la que nos inspiraba. Para conversar bien es preciso tener en cuenta el carácter de las personas con quien se habla, el lugar donde se encuentran y la situación de los ánimos que escuchan. Es orgullo volver repentinamente la espalda, sonriéndose de la candidez del vecino, cuando éste nos presenta una objeción. Hagámosle el honor de escuchar y darle su mérito relativo, y luego pode– mos refutarle, si cabe, con palabras corteses. Destiérrese de la conversación toda palabra
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