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Esa sonrisa áñadida a la limosna que alargáis, o a la atención que recibís, o al pequeño servicio que prestáis; Esas gracias que da!s por cada buen modo que se os tiene, y aquella dulce palabra con que mostráis que habéis comprendido las atenciones de que sois objeto; Esa delicada solicitud en procurar un fruto, en enviar una noticia agradable, en mandar una flor, una imagen, un recuerdo en el día de una íiesta o en un aniversario; ese apresuramiento en hacer una visita de pésame o de nueva amistad; esa sonriente paciencia para ec;cuchar las repeticiones e importu– nidades mostrando satisfacción en oírlas... Todo eso mantiene la dulzura o la amistad y la dicha. «Pequeñeces ... grandes» En cambio, ese enfado que se prolonga en la familia'por una leve molestia ocasionada; Ese silencio frío, ese servicio prestado sin gracia alguna, esa. afectación con que se simula tener olvi– dado algo que no pudiera agradar; esa respuesta seca, ai,mque urbana, ese retraso en el servicio que se sabe que disgusta, ese alzamiento ·cte hombros o ese aire contrariado que se deja notar a vista de una persona antipática... Esas pequeñeces en faínilia son como copos de
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