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- 19 - Este estudio es un imperio para ejercer peque– ñas atenciones. El amor propio, ha dicho un pensador, es como un pozo sin fondo. Aunque en él se echara el agua de todos los lagos del mundo, nunca se llenaría; por eso el hombre dominado por él, exige siempre más... Generalmente el que menos quiere dar, e? el que más exige. Lo que nos impide prestar esas pequeñas aten– ciones al prójimo, no es su pequeñez, es ef amor propio, que, según San Francisco de Sales, apenas desaparece un cuar.to de hora antes que nosotros. Él fomenta los celos, hace suscitar la envidia, exagera nuestros derechos y disminuye nuestros deberes. El amor propio nos repite que no debemos callar, que podemos hablar, que estamos abligados a no dejarnos engañar, y todo por no prestar unas pe– queñas atenciones al prójimo. Un saludo cordial a la llegada a casa, una mues– tra de agrado en ocasión oportuna, un gracias por un favor recibido... Una sonrisa de parabién cuando nos sentimos molestados por los triunfos del prójimo. El amor propio. ¡Ese es el enemigo de toda delicadeza que debe prestarse! En la oración nos parece que lo venceremos y que seremos genero– sos. Llega la ocasión... la hora de prueba... la piedra de toque para ver si éramos de oro o de doublé... 3
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