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-9- tir entre los buenos religiosos de los distintos conventos, y acaso de distintas provincias, intercambios de a•nistosa benevolencia... Sólo se opone a esto una crisis de crédito, una falta de valores y de prestigios, una bancarrota de créditos m:Jrales y de tesoros de corazón, esto es, de egoísmos que matan toda fecunda relación. Capítulo III. Caracteres de la cultura religiosa· No busca el religioso en la soledad juguetes y caprichos de sociedad. Pero la sociedad religiosa no deja de ser sociedad y, por tanto, necesita del trato social. Y el trato social o cultura religiosa en cuanto afecta a personas religiosas debe tener dos carac– teres: uno de selección, otro de mortificación, que ambos a dos forman la nota de elevación de cul– tura de que ahora tratamos. Hay en el mundo muchos usos que para el reli– gioso podrán ser inútiles. Pero hay también en el mundo muchos reparos que nunca contradicen con nuestro estado. Dejemos la hojarasca vil de vanos usos, y practi– quemos alegres las cosas de cultura social de «buena ley» y que sean apropiadas a la grey santa del Señor. El trato social del religioso debe apoyarse en la virtud y practicarse con desinterés, con sencillez, con verdad.

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