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La delicadeza del aima y la del cuerpo son joyas de un mismo joyero. Quien no comprenda la necesidad ele la finura en el trato mutuo, dentro de una casa religiosa, ca– rece de delicadeza espiritual. La santidad no es grosería; la virtud es enemiga de la rudeza fraternal. La finura del trato es el aceite que hace correr suavemente los goznes de la espiritual unión. No cabe humildad donde no hay caridad, y no puede haber caridad donde no existe humilde aten– ción con el prójimo. La educación religiosa lleva ventajas a la civil en que es más de corazón y por Dios. Vivimos para el espíritu, pero vivimos en cuer– posy con cuerpos. Debe resplandecer la educación espiritual del alma en la educación exterior del cuerpo como en un reverbero o espejo limpísimo. ,, Las pequeñas atenciones» pueden ser « grandes virtudes,,. Las pequeñas virtudes pueden desarrollarse entre múltiples atenciones. Más se gana con suave y agradable trato que con duro y áspero comportamiento. Mueren sofocadas las flores de la virtud entre las ortigas de ruda acritud. Pero se abrillantan los colores de sus hojas de luz con el tt ato atento y afable solicitud. 2

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