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117 - nar o imperar con más fuerza, sino porque puede gobernar mejor. .. Gobernar mejor es hacerlo con más espíritu, con más prudencia y con más eficacia que otros. El superior debe serlo~ no só!o en la autoridad, sino en el ejerciciq_ de todo lo que redunde en bien de la Comunidad. Debe, pues, procurar ser más atento que lodos, más fervoroso que todos, más prudente que todos, más caritativo que todos, y así será superior a todos. No basta salir del montón para colocarse en el candelero; es necesario sobresalir para ser un buen jefe de gobierno. No es lo mismo santidad, que virtudes de hom– bre de gobierno. Ellas forman la esencia acrisolada de la sabidu– ría humana. El superior no sólo debe conocer el oficio, tam- tiene hoy la vida misma de los Soberanos, pero también en el terreno reli– gioso sufre eclipses, a causa del derecho nuevo, que sin ser atañedero a nuestro estado, se filtra en él, o nos envuelve en su ambiente. Ya no es mucho que al verse en presencia de la autoridad, no se tribu– ten a sus representantes aquellas muestras sinceras de respeto, y mucho menos de filial amor que antiguamente eran frecuentes. Siempre ha habido en el fondo de la naturaleza humana una tendencia a la aversión contra toda autoridad, como contra todo aquello que res– tringe la libertad; pero en nuestro tiempo ha tomado esa propensión unas proporciones desconocidas. Basta que se disponga una cosa para que todos se crean con derecho a discutirla... Todos parecemos otros tantos Solones en ejercicio. ¿Puede ésto ser noble, santo y educado? ¿Pero cuál es la causa de ello? a) El haberse obscurecido y borrado en los súbditos el sello divino que ennoblecia a sus ojos la majestad del poder. b) Tal vez, el haberse rebajado el poder en el ejercicio de sus funciones.
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