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- 90 - alabanzas que se le dirigen, difícilmente cree las que se dirigen a otros. Triste cosa es que no se pueda vivir en armonía con una autoridad, a no ser alimentando constante– mente su vanidad ... El que ame elogios, tenga cuidado de merecer– los, y aquel los merece más, que se cuida menos de ellos. Buenas lecc·iones . Cuando Enrique IV fué a socorrer a Cambrai, tuvo que hacer una marcha penosísima. A su paso por Amiens un orador quiso arengarle y comenzó por los titulos de grandísimo, bonísimo, clementí– simo... Eniique le interrumpió diciendo: «Añade también cansadísimo», con que dejó corrido al orador. Este Monarca afirmaba que las alabanzas serían de gran precio si nos diesen las perfecciones que nos faltan, pero que ordinariamente nos quitan las que tenemos. . Aunque no amemos siempre a los que admira– rnos, amamos siempre a los que nos admiran. La vanidad nos empuja a buscar puestos de preferencia. Pero el me_ior sitio no es el que nos parece me– jor, sino el en que mejor parecemos. La vanidad nos lleva a tratar muchas gentes y
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