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94 POR QUÉ PADECES .hasta contraria; los efectos son los mismos. No hay un nifio que efl las primeras semanas y aun en los primeros meses de su vida no sea debil de estó• mago, mudo de lengua, torpe de oído, corto de vista y paralítico de todo el cuerpo. Y en cuanto a su inteligencia, ni siquiera puede de• cirse que delira y chochea, como algunos viejos, por• que son nulas por entonces, lo mismo su vida intelec– tual que su vida moral. Así inaugura la carrera de su existencia ese maes– tro de las ldgrimas. El anciano más decrépito vale y puede más que él. Pues ahora pregunto yo: ¿qué hicieron contigo tus padres cuando eras tú el anciano de tu família? Asis– tirte en todo, envolverte en un ambiente de ternísimo carifio, traerte y llevarte en los brazos, (porque tú no podías caminar) velar tu sueño y cantarte para.que lo conciliaras, tenerte el padre sobre sus rodillas y la ma– dre sobre su regazo, darte la comida a la boca, y a ve– ces masticándola antes en la suya. Esto es poco. Alimentarte con su carne y con su sangre, como Jesucrisfo a las almas. No es exagera– ción; eso hacen todas las madres, y eso hizo contigo la tuya. ¿Qué corazón de hijo no se enternece al pensar en estas casas? · ¿Quién tendrá valor, pensando en ellas, para dar un disgunto ni un desaire a esos ángeles encorvados, de

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