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92 PoR QUÉ PADECES Amarguísimas, sí, porque todo lo que desfila en– tonces por su fantasía lleva el sello del sufrimiento. El tiempo que ha pasado para no volver, la idea de la muerte que se acerca, y la sensación de su debilidad e impotencia; y para colmo de aflicción, allí está su fa– milia aumentando su congoja con sus manifef.taciones de desprecio, despego o frialdad. Bien podemos decir de él lo que decimos de la Santísima Virgen_ .:¡grande es· como el mar tu amar– gura!» ¡Qué 'pensamientos tan tristes y qué imágenes tan d~sgarradoras pasan por su mente en sus .horas de so– ledad! El ha gastado su vida soñando en sus hijos y pro– curando su felicidad. Tal vez ha levantado la casa al estado de prosperidad en que ahora se encuentra, y ca.- . da habitación y cada ángulo y cada piedra de la misma son testigos, mudol! pero elocuentes, de su actividad, de sus afanes y de su amor hacia aquellos que ahora le tienen desatendido y olvidado. ¡Verdaderamente que no saben lo que hacen/ Ya sé que no son por fortuna muy numerosos los casos que revistan tanta gravedad; pero tampoco son raros, por desgracia; ni aun entre la& familias cristianas. Reconozco que los motivos que un anciano tiene para lamentarse y llorar no son a veces en realid!id tan

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