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PoJR QUÉ PADECES 91 del hogar y se coloca a un lado, yendo a la zaga en la marcha de aquella caravana por el camino de la vida, avanzando cada vez con más ,dificultad, hasta que, al fin, t,e para totalmente, como diciendo «¡Seguid voso– tros, que yo,no puedo más!» Pues e5tos afios de debilidad en los padres son la verdadera prueba del amor de los hijos., Si los hijos tienen religión, o, porlo menos, cora– zón, o siquiera sentido común, ellos se encargan de ha– cer a sus padres .dulce y amable la última época de existencia, con un .trato carifioso y condescendiente. Pero hay hijos a los cuales parece que faltan las tres cosas a la vez, el sentido común, el corazón y la vlrtud, y hacen amargos los últimos días de sus progenitores con sus palabras irrespetuosas y con sus desprecios criminales. ,. · Y lo peor es, que, en ocasiones, los mismos nietos forman coto en esta tristísima tarea, creando entre to– dos al pobre anciano una atmósfera de frialdad, de de} safecto y hasta de burla, verdaderamente angustiosos. ¡Terrible caso! En el catálogo de los dolores huma– nos no debe dé haber situación más aflictiva. El alma del anciano, al sufrirla, ·se repfü::ga sobre ~í misma, lo mismo que su cuerpo, y llora en un· rincón aquellos desprecios con lágrimas amarguísimas.

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