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'90 POR QUÉ PADECES XIV Me tratan mal los míos No voy a referirme en este capítulo a los jóvenes, porque aunque algunos padezcan en el seno de sus fa· milias disgustos no merecidos, ya saben curarse de ellos o darlo al olvido, saliéndose de casa y lanzándose · al mundo para gozar de sus alegrías. Pero en el templo sagrado del hogar hay casi siem– pre un ser amable y venerable, y tan probado a veces por el dolor en el ocaso de su vida, que parece hecho .una misma cosa con él. Es el anciano. Mientras no lo es, mientras se halla cumpliendo esa misión providencial de criar y educar a sus hijos, facil– mente se hace respetar en su casa, por la importancia del papel que desempeí'ía, por su equilibrio intelectual y moral, y hasta por su energía física. Pero crecen los hijos, se desparraman luego como una bandada de palomas a formarse cada uno su nido por esos mundos de Dio~, quedándose uno de ellos en casa para prolongar la familia; aparecen luego nuevos vástagos en torno de un nuevo tronco, y con esto, e padre pasa a ser el abuelo, deja de ocupar el centro

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