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88 POR QUIÍ PADECES No importa, no deiemayes; puedes más que ellos, por– que tienes de tu parte tu amor de padre, la verdad y la ayuda de.Dios. Persígueles _con tus sermones, con tu ca:iño y con tu solicitud. No les dejes vivir. Y si están casados ya, cuando les visites o les escribas, háblales siempre en el mismo tono y de la mis.ma materia, aunque digan c¡qué cargante es esta mujer! ¡qué pesado este hom– bre!» Es necesario que les quede impreso en el alma ese recuerdo religioso, por lo menos de la última etapa de· tu vida, porque los beneficios que se reciben en la ju– ventud no se agradecen .bien entonces, sino en la ve· jez; y esa siembra, aunque tardía, de las. buenas ideas dará sus frutos a su tiempo infaliblemente. ¡Cuántas veces sentado en mi confesonario, he vis• to acercarse con paso vacilante a una persona anciana, arrodillarse ante mí y decirme con voz temblorosa: «Sefior, vengo a confesarme porque así me lo ensefió mi buen padre! ¡Voy a hacer los Siete Domingos de San José, porque así me lo aconsejó mi santa madre!• Mi buen padre! Mi santa madre! Con estas pala– bras ternísimas te han de nombrar, hermano y hermana .mía, esos hijos pervertidos cuando lleguen a la ancia– nidad, si tú desde hoy te rehabilitas a tí mismo, cam– bias de conducta, y empiezas a ser para ellos padre verdadero. Cuando a un hombre le han predicado la religión

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