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78 POR QUÉ PADECES materiales para los padres pobres cuando aumenta el número de hijos, y de eso suelen lamentarse; pero sos– pecho yo que esa queja, hoy tan común, no existía en tiempos de más religión. Cuando la fe se ha debilitado, han empezado los la– mentos. ¿Quién ha cambiado aquí? No han cambiado las condiciones de la vida, sino las almas. A cierto padre, profundamente cristiano, y rodeado de buen número de pequeñuelos, hijos suyos, le dije yo, señalándoselos con el dedó: ¿Y no le preocupan a usted la subsistencia, y el porvenir de este senado? A lo que me contestó él, con la más beatífica de las sonrisas. ¿A mí? absolutamente nada. ¿Qué? acaso no se sabe en el cielo que existimos y cuántos somos? ¿Soy yo por ventura el que ha dado la vida a estas criaturas que juegan y saltan, cantan y rien? ¿No es Dios? Pues El que me los ha dado me ayudará para que no les falte lo necesario. Yo frabajo por ellos con tanto ahinco como si todo dependiera de mí, y confío en Dios, como si El hubiera de hacerlo todo por sí mismo.» Esto es magnífico, hermano mío. ¿Y por qué no habrías de abrigar tú estos mismos sentimientos? No está ausente el júbilo de la casa donde vive una familia numerosa; al contrario, reside allí como en su morada propia, cuat1do la familia, aún siendo pobre, es sólidamente cristiana. La experiencia lo demuestra así.

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