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66 PoR QUE PADECES aparición en medio de vosotros, y calmar vuestros co• razones, atrayéndolos a la virtud, sin la cual no hay tranquilidad posible. Precisamente la idea de la paz era como una obse• sión dulcísima en la mente de nuestro divino Salvador, y esa palabra paz fluía con muchísima frecuencia de sus labios. «En cualquier casa que entrareis, decía a sus discípulos, decid primeramente: la paz sea en esta casa. No os turbeis. Mi paz os doy; mi paz os de• io. La paz sea con vosotros. Tu fe te ha salvado: vete en paz. Después de la petición de la gracia y las virtudes, seguramente que no hay oración más agradable á los oídos de Dios que aquella en que se lé pide la paz del corazón. ¿Cómo no ha de escuchar y atender tu súplica fer• vorosa si de rodillas en el templo y ante su altar, con el alma amargada por el sufrimiento, le dices: «Se– fior, oye mi oración. No te pido honores, ni riquezas ni placeres. No te pido sino que te acuerdes de nosotros, que tranquilices a mi familia y nos devuelvas la unión y la paz que hemos perdido?» Procura además, hermano mío, (y este es el segun• do consejo que te doy) poner todo cuanto está de tu parte para que no se perturbe el sosiego del hogar do• méstico por causa tuya, siendo con tus padres y her• manos manso y humilde de corazón, a semejanza de

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