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56 POR QUÉ PADECES IX No agradecen mis beneficios Parece que se confunden en nosotros el deseo de ser amados y el de obtener gratitud para los beneficios que dispensamos. Así es que llamamos ingrato lo mismo al que no corresponde a nuestro amor, que al que no agradece nuestros favores. Es lo cierto que la saeta aguda de la ingratitud hie– re las fibras más delicadas de nuestra alma, y este sen– timiento, que es de dolor, se convierte casi siempre en verdadera indignación hacia el desagradecido. Fácil cosa parece que es el agradecer un beneficio, y diríase que ni siquiera es virtud del agradecimiento, sino un brote natural y necesario del alma humana; y no obstante, es enorme el número de los corazones in- · gratos. ¿Cómo se explica este hecho que honra tan poco a nuestra naturaleza? Jesucristo dijo: «Mejor es dar que recibir)) y esta expresión, además de ser verdadera, tiene una gran profundidad. El que da, imita, aunque lejanamente, a Dios nues-

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