BCCCAP00000000000000000000612

40 POR QUÉ PADECES verdad, de la justicia y del celo, y a la pobre humildad nunca le llega el turno. El amor a nuestra reputación está más metido en nuestras entrañ.as de lo que nosotros mismos nos ima– ginamos; y aún parece que en las personas que tn tan de vida espiritual se exacerba esa pasión mucho más, tal vez como. co!J:1pensación de otras faltas de mayor importancia que afortunadamente no suelen cometer. Se puede observar hasta en los detalles más dimi– nutos. ¿Qué hombre, por santo que sea, al decirle por ejemplo «no se apure u5ted» no contesta rápidamente, herido en su amor propio: (( No, no; ¡si yo no me apuro?· ¿Qué persona, por entregada que esté a Dios, al di– dirigirle esta frase: «Eso será cosa de imaginación» no responde en el acto: «qué imaginación ni qué niño muerto, hombre? Eso no es imaginación, sino una rea· lidad.» ¡Tan arraigada está nuestra vanidad y tanto senti– mos el pasar ni por un momento por naturaleza de or- den inferior! · * * * Y lo cierto es qué para éonseguir el restablecimien– to de la verdad, cuando se nos acusa sin motivo, casi nunca necesitamos defendernos; · La verdad dice. al hombre, «no te defiendas tú; yo te defenderé, pero ten paciencia y déjame un poco de tiempo».

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz