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34 POR QUÉ PADECES rés que es lo que esas personas piensan y hablan de tí y el modo que tienen de enjuiciar tu proceder; porq1,1e las observaciones, los consejos y advertencias de esa clase moral privilegiada son un verdadero tesoro, que debes apreciar más que el oro y las piedras preciosas. Y ten por cierto que te ama más y desea con m~s veras tu prosp_eridad y tu felicidad un hombre amigo de Dios; aunque no sea amigo tuyo, que tu amigo más entrafíable, si es irreligioso, y, por consiguiente, ene• migo de Dios. * * * Pero hay en el mundo (y forman legión) cierto lina– je de personas, para las cuales nada está bien hecho más que lo que ellas hacen. Almas de sentimientos ruines, ganosas de gloria hu– mana y ambiciosas de ocupar en todo el primer lugar, no pueden ver a nadie elevarse un palmo en la socie– dad sin embestir contra él con la espada acerada de su lengua, si QO pueden de otro modo. Estos son los mur– muradores de profesión, cuyo fatal destino parece que es el caer sobre las faltas del prójimo, verdaderas o supuestas, y cebarse en ellas, como los buitres en los cadáveres. Si vales poco, hermano mío, o sí, valiendo mucho, no se presenta ocasión o no quieres exhibir tus buenas cualidades, esa raza de envidiosos te dejará en paz y hasta te prodigará sonrisas y atenciones.

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