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POR QUÉ PADECES 33 Pues según sean malos o buenos, religioscs o irre– ligiosos los jueces de tu conducta, debes estiml:lr b des- . preciar sus juicios. Y ¿cómo conoceré, me preguntarás dónde están los buenos y dónde los malos? . ¡Ay, hermano mío! Enjuzgar a un individuo pode– mos equivocarnos y nos equivocamos algunas veces, pero en juzgar al grupo, no nos equivocamos jamás. El grupo pequefio -de las almas grandes, y el grupo grande de las almas pequefias están tan .a la vista en cualquier uldea, en cualquier villa, en cualquier pobla– ción, y es tan fácil el encontrarlos para cualquier hom– bre, por poco talento qqe tenga, como para un ciego el hallar los objetos de su casa. Los hombres son malos por sus :vicios y los buenos lo son por sus virtudes; y las virtudes y los vi_cios sue– len estar p1.tentes, como los frutos del árbol. ¿Son, pues, los buenos los que hablan mal de tí? Pues haz un alto espiritual en tu camino, recógete entí mismo y llama a un nuevo examen tu con.duda, porque es casi cierto que vas equivocado. El juicio de los hombres buetios, es decir, de los temerosos de Dios y verdaderamente espirituales es siempre sereno e imparcial. Sus murmuraciones no lo son en realidad; son !amentos, son frases de pena, que les arrancan del ·corazón·· Ja injusticia, los f;rrores y la maldad. Inquiere, indaga, hermano mío cefo verdadero inte- 3

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