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30 PoR QUÉ PADECES reputación si las gentes pudiesen decir de nosotros to– do lo que la conciencia nos dice? Esta reflexión es ca– paz de anonadar a cualquiera. A cualquiera, digo, porque nadie tiene derecho ·a sonreirse al leer estas líneas, como si no fuesen aplica– bles a él. No nos queda a todos más recurso que ca– llar y bajar la cabeza. Porque no me refiero ahora solamente a cierto li– naje de faltas, que tal vez te las has imaginado ya (aun– que también me refiero a ellas) sino, además a otros defectos y miserias humanas, intenciones malignas, pensamientos ridículos de vanidad, propósitos y planes rastreros e inconfesables, etc., defectos que, conocidos y divulgados, nos producirían mayor rubor y confusión que si nos desnudasen en medio de la plaza. Hazte a tí mismo esta reflexión, hermano mío, y verás como al poco rato notas que no sientes tanto valorº para lamentarte y decir,/ Estoy postergado/

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