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POR QUÉ PADECES 27 de la fama. Déjales marchar; ya verás cuan desfavora– blemente hablan, al volver, de esa región misteriosa y desconocida que el amor propio y el desconocimiento de las cosas les pintan ahora como una verdadera tie- rra de promisión. · Pronunciarán sin duda esa frase etema, que vienen repitiendo todos los individuos del género humano, aunque casi siempre un poco tarde «/ Todo es vani– dad/» * * * Fácil es que me digas ahora:· pero estas reflexiones que usted me hace son deprimentes porque matan toda ilusiónty sin ilusiones no se puede trabajar». Estás equi– vocado, hermano mio. Se puede trabajar sin ilusiones, y es una desgracia el trabajar con ellas. La ilusión podría definirse: un error agradable al amor propio. Es awadable, pero es error, y por con– siguiente es un nial. Por eso dice San Agustín que Dios castiga a las almas con la ilusión y las premia con · la verdad. · No es necesario tener ilusiones para poner en jue– go las actividades del al~a. Lo que es necesario es te– ner un fin general que anime todos nuestros actos, o lo que se llama en el lenguaje moderno, un ideal. ¿Y qué ideal debe ser este para todo hombre y singularm~n– te para el cristiano? No hay más que uno, Dios y su gloria.

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