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26 POR QUÉ PADECES riamente por la posesión de la glo1 ia humana, de que ,están disfrutando ya. Pues debes convencerte, hermano mio, de que en– tre las vanidades que ofrece el mundo, esa es una de ellas. En la primavera y aun en el estío de .las vida cuesta trabajo el creer que la fama de sabio, de orador, hom– bre de gobierno etc., llegue a ofrecer algún día muy pocas ilusiones al corazón; y no obtante es asi. , Donoso Cortés, famoso orador parlamentario, de– cía es el apogeo de su celebridad: «La mayor vanidad de todas las vanidades es la vanidad de la elocuencia. Estoy desengañado de todo; y desearía ocultarme en un lugar donde nadie se acordara de mí y yo de nada ni de nadie». Chateaubriand, que llenó el mudo con la fama de sus escritos, exclamó al tiempo de morir, palpando la nada •de la gloria humana: «Si volviera a nacer, no escribiría ,ni una sola palabn>. ¿No has observado el tono y el lenguaje que emple– .an, al hablar entre sí, esos hombres que, disfrutando ,de una gran reputación, se hallan ya en el ocaso de su existencia? ¿Les fascina el encii'tlto· de la popularidad ,como en los días de su juventud? be ningún modo. Su ,lenguaje es el de la desilusión. Lo han visto todo, lo han gustado todo y hallan el vacío en todo. Deja, pues; hermano mío que tus émulos, más afor– tunados qúé tú, hagan ese viaje alredeclor del mundo

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