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PoR QUB PADECES 23 con tu consentimiento lo que Dios ha escrito para tí, aceptar lo que Dios te ha dado, y, si no tienes virtud para gritar ¡viva el dolor! besar amorosamente la mano paternal que por amor te hiere. Pero si todavía te resistes a hacer ese acto de con- , formidad y te parecen tus penas excesivas, entonces, herm'ano mío, vuelve la vista atras, y mira a ver si te ofrece la historia la figura de algun paciente que haya tenido en sus dolore::1, no una cama de muelle o un jergón de paja, como lo tienes tú, sino una cama de madera; un paciente que haya estado en ella no en po– :;ición horizontal sino vertical, no acostado sino sus– pendido; ¿conoces a este pacirnte? ¿Sabes quien es? Pues llámate r,or su nombre y dile: ¡Oh, Jesús,Jesús, salud de los enfermos y el primer doliente de la huma– nidad, ¿quién se quejará de sus dolores, mirándote cla– vado en la cruz? ¿A quién se le harán insoportables sus penas, viendo las tuyas? No te apartes de mi lecho, Jesús mío, que en mis horas de angustia quiero aplicar mi rostro desfallecido a tu cuer¡::o desangrado, y sufrir por mis pecados algo de lo que Tú, antes que yo, has padecido por amor mío y para satisfacer por ellos. Habla así, querido hermano, poniendo el corazón en tus palabras, y hallarás de ese modo, no solamente la resignación, sino la alegría entre las incomodidades de tu enfermedad.

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