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20 POR QUÉ PADECES cho, lo convierte como en un nifio necesitado de todo el mundo, y entonces, al humillarse su cuerpo, se hu– milla el alma tambien. Y nó solamente se humilla, sino que se llena de una luz que le hace ver las cosas de otra manera, facilitán– dole maravillos~mente la práctica de la virtud. Cien veces y de mil modos le dirán a una persona: «Es vanidad el puesto de honor que ambicionas, la her– mosura de que te glorías, los placeres que te enloque– cen, las riquezas que te deslumbran y la gloria tras la cual corres desalado», y jamás se convencerá de ello; y si se convence, para nada influirá ese convencimien– to en su vida moral; pero cuand.o la enfermedad sobre– viene, poniendo violentamente al hombre de espafdas al mundo y de cara a la eternidad, entonces lo ve todo claro y cambia súbitamente de modo de pensar. Pocos centímetros levanta ·sobre el pavimenfo la cama de un enfermo grave y no obstante ¡qué panora– mas tan extensos y luminosos se han visto y se ven• cada día desde esa pequeña altura! Lo que no consigue de un hombre, el libro mejor es– crito, el predicador más elocuente y las más atinadas observaciones, lo consigue una pulmonía o unas fiebres titoideas. Más que el t~mplo todavía, es la cama donde se su– fre el lugar donde se convierten las almas, y casi todos los enfermos graves suelen ser personas desengañadas y convencidas.

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