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f>OR QUÉ PADECES 161 A donde no llegan los silogismos y la razón, lle– gan la sangre y las heridas de Dios. Una mujer calumniada que no puede probar su ino– cencfa, un enfermo sometido a dolores acerbísimos, un corazón traicionado y vendido, un padre de familia cai'• do súbitamente de la opulencia en la miseria, uná ma– dre sola en el mundo. porque ha perdido el hijo único a quien idolatraba, en'contrando vacíos todos los motivos humanos de consuelo; toman et crucifijo de su alcoba con sus martos crispadas por el paroxismo del dolor, y le gritan al DiúS moribundo: / Por Tí, pot Tí, por Tí! y esa resignación heroica y esa llamada a Dios tie– nen virtud para abrir tepentioamente yo no se qué Puer– tas Eternales que dan vista a un mundo mejor, de donde le llegan al alma atribulada rayos de luz ultrate~ rrena, y dulces sentimientos de esperanza. Ese es, pues, mi último consejo, hermano mío que sufres. Ese consejo no es una palabra, ni una•idea, ni una razón; es un Ser santísimo, es d mismo Dios que ha padecido por tí y mucho más que tú. Anímate, además, pensando que todo pasará. Mientras yo.escribo y tú lees, ya está pasando. El dolor es transitorio. Solamente en el infierno, es decir; allí, u.onde el amor es imposlible, el dolor es eterno. La vidá de la humanidad justa y predestinada es la misma de Jesucristo, nacer, vivir, padecer, ser cruci– ficado, morir, resuc:'tar, y triunfar eternamente.
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