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158 POR QUÉ PADECES Sus heridas, sus clavos y su rostro cadavérico im– ponen silencio a la humanidad. No podemos ya decirle cuando nos manda tener paciencia en nuestros trabajos: ¡Señor! si supierais el sabor que tiene esa cosa que se llama dolor, que vos habéis criado y no habéis padecido!.. Si supierais lo que es vivir, no en las mansiones luminosas de la gloria, sino en el fondo obscuro de este valle de lágrimas!» porque a esto nos puede responder. <Lo :;é. Con mis padecimientos lze aprendidd'por experiencia lo que cuesta el obedecer. Conozco muy bien vuestro valle de lágrimas; el valle, porque lo he recorrido, y las lágrimas porque se han empañado mis ojos con ellas. Ningún dolor vues– tro me es desconocido, ni los del cuerpo ni los del es– píritu. Me he lastimado los pies en vuestros caminos, y me han flagelado el rostro vuestra lluvia, vuestro vien· to y vuestro sol. Conozco el tormento del frío y del calor, del ham• br~ y de la sed y del cansancio. Sé lo que es trabajar todo el día en un taller y lle– gar a la noche rendido por la fatiga, porque he sido un obrero como cualquiera de vosotros, con todas las in– comodidades del trabajo y de la pobreza. No hay emoción dolorosa que no haya pasado por mi corazón. Conozco el deje amarguísimo del desvío, del des-

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