BCCCAP00000000000000000000612

POR QUÉ PADECES 155 tia!, sintió de súbito, al ser levantado en la cruz, que se le oscurecía totalmente ese horizonte sagrado. Se sintió solo y abandonado de todos, de los hom• bres y de Dios; y no solamente abandonado, sino con– vertido como en un objeto de indignación para la Di– vinidad. Espanto causa el escribir esto, y sin embargo fué así. Y además, dado el plan histórico de la redención, el hecho era lógico; porque esa indignación y ese aban– dono eran propjamente el castigo merecido por la hu– manidad prevaricadora, de la cual El se había converti– do en sustituto voluntario. Y ¿quien sabe si Dios, para el cual solamente lo contradictorio es imposible, no produjo, no en la inte– Hgencia de Jesús (porque eso ya sabemos que no suce– dió.) sino en sus potencias inferiores, la sensación y el terror del abandono definitivo y eternGl? Por que la pena merecida por el género humar.o esa era precisamente, el eterno abandono de Dios. Lo cierto es que Jesús, al sentirse sumergido en aquella especie de mundo tenebroso, del cual el mismo Dios estaba ausente, lanzó ese f!;rito de horror y an•· gustia, expresión suprema del supremo de los dolores. «Dios mío, Dios mío ¿porqué me has abandonado? Diez y nueve siglos hace que se dió este grito en la tierra, y parece que lo estamos oyendo todavía. ¡Tal sensación de novedad y espanto produce!

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz