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152 PoR QUÉ PADECES Pero hay mucho más que eso. Porque el Hijo de Dios tuvo el cuerpo y el alma que quiso tener; y como su misión era el ser Víctima propiciatoria del género humano, su organismo era el propio de una victima destinada expresamente a sopor– tar el dolor; y, siendo los pecados de la humanidad in• numerables y enormes, a soportar grandes dolores. Nosotros, aunque padecemos, no hemos nacido para padecer; pero Jesucristo sí. Y por eso, sus venas y sus arterias, sus músculos y sus nervios, su corazón y su fantasfa, como destina– dos al sufrimiento, tenhn un grado exquisito de sensibi– lidad, prontos siempre a responder, al menor choque exterior, con dolores acerbcs. No hay que olvidarlo, pues. Jesucristo sufrió mu– chísimo más que nosotros, con las inclemencias del tiempo, con las lesiones corporales, con las emociones dolorosas del espíritu, con el olvido, con, el desprecio de su Persona o de su palabra y con la traición de sus amigos. El dolor multiplicaba sus ecos en el corazón de Cristo, agrandándose infinitamente, hasta reducir al si- 1.encio o hacer que no llegase hasta los oidos de su Pa– dre Celestial el clamor de la humánidad pecadora. Ep conformidad con estas ideas, se sabe que era blando y tierno de corazón. No podía ver un enfermo sin curarlo, ni una necesidad sin remediarla .enseguida. poró al ver la ingrata Jerusalén, pensando en los

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