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POR QUÉ PADECES 151 Jacob, los mártires Macabeos y todos los grandes sier– vos de Dios del Antiguo Testamento. Ese es un hecho sublime; y era imposible-que Dios no se sintiera como solicitado por él, y no se procurase a sí mismo ese manantial fecundo de gloria. Llegó pues un día en que se rompieron los cie– los, como pedía el Profeta, y el Dios feliz de la eterni– dad apareció en nuestro valle, incorporado a nuestra penosa· peregrinación, y sometido a todas las leyes de la vida, que rigen en el mundo y en nuestro organismo; y por lo tanto, sujeto a\ dolor. Tenía pies para punzarse con las espinas de nues– tros caminos, manos para extenderlas en la cruz, ojos para que se empaí'iaran de lágrimas, oídos para perci· bir palabras afrentosas, y corazón para latir a impul– sos del amor, y, por consiguiente, para sufrir. No era ya, pues, un Dios inaccesible, sino vulne– rable. Podía sentir el hambre y la sed, el frio y el calor, sentarse junto al brocal de un pozo, fatigado por el cam;ancio de la jornada, y amanecer por la mañana con los cabellos humedecidos por el relente de la noche. Se asemejaba a nosotros en todo, menos en el pe-: cado; y se podía decir ya de El con verdad y (sin duda se dijo) esta frase estupenda: «¡Dios padece! ¡El que crió el mundo de la nada, está sufriendo en este in&· tante!» ,

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