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150 PvR QUÉ PADECES XXII Jesús Crucificado Difícilmente puede un cristiano hablar de dolor, ni siquiera pensar en él, sin que surja inmediatamente en su fantasía la imagen de Jesús Crucificado. El es el Varón de dolores,· tan torturado y" afligido, que, ade– más de ser una trágica y sagrada realidad, casi es para nosotros un símbolo, o sea, el dolor mismo. Y ¿cómo podía suceder otra cosa? ¿Cómo Dios, que es tan celoso de su gloria y que para su gloria lo ha creado todo, iba a privarse de la que se deriva de ser santo y padecer? Porque la raza pecadora de Adan daba ante Dios en la antigüedad espectáculos vergonzosos, pero tam– bién los daba alguna vez magníficos. Abundaban los pecadores, pero también honraban la tierra muchos justos, y algunos santos. Y en esos santos se destacaba uria nota singular, desconocida en el cielo, si se me permite esta expre– sión, la unión de la virtud con el sufrimiento, del cum– plimiento de la ley con las lágrimas. A ese precio fueron santos, Tobías, Job, Elías,

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